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martes, octubre 11, 2005

Es que no quieren aprender de nosotros

(Editorial de El Tiempo, lunes 10 de octubre de 2005. Señalo en negrita las perlas más notables.)

¡Por favor, no disparen!

Los turistas que viajan a Estados Unidos y, especialmente, a Florida tienen ahora otro motivo para preocuparse. Ya no solo tendrán que enfrentarse a los innumerables ‘cacheos’, revisiones de equipaje y pasos por los detectores de metales y máquinas de rayos X que convirtieron en una tortura la entrada o salida de un aeropuerto como el de Miami, sino a algo mucho peor: el peligro de que les disparen en una calle, un vehículo e, incluso, en una oficina, sin que medie explicación ni haya lugar a sanción alguna.

Increíble pero cierto. La ley del revólver ha cobrado vigencia en el estado de Florida, como en tiempos del sangriento Lejano Oeste, en virtud de una ley aprobada por la legislatura estatal, que autoriza a cualquier ciudadano a agredir, apuñalar o disparar contra alguien que le parezca una amenaza o con quien tenga alguna disputa, sin tener que responder ante la justicia. Como si esto fuera poco, la misma corporación tramita otra ley que autoriza a los empleados públicos y privados a tener armas en sus escritorios, lockers u otros lugares de trabajo, así como en los vehículos de uso laboral, aunque los propietarios no estén de acuerdo.

Las nuevas normas son defendidas por sus promotores, entre ellos, el gobernador Jeb Bush, con el argumento de promover la seguridad en todas partes. Pero la realidad es que detrás de ellas está el poderoso lobby de la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por su nombre en inglés), que aprovecha el río revuelto del miedo al terrorismo para impulsar aún más la venta indiscriminada de armas en Estados Unidos. Esto a pesar de que aquel país ocupa el primer lugar en el mundo, con amplia ventaja, en la cantidad de armas de fuego en circulación (300 millones de ellas en manos de 290 millones de habitantes), y el número de homicidios con esas armas en su territorio (unos 130.000 al año) es cinco veces mayor que el promedio mundial, según el proyecto Small Arms Survey, con sede en Ginebra.

Ahora los turistas están en peligro de engrosar esas cifras. Así que, ojo: cuando viaje allá, sonría, no mire ‘rayado’ a nadie ni se meta las manos a los bolsillos. No sea que algún gringo armado y amparado lo considere una amenaza.

Nota de Jaime Ruiz: más allá de la cuestión discutible de la libertad de armas, es llamativo que en Colombia los editoriales del único periódico de circulación nacional se dediquen a publicar tales falsedades y disparates. ¿Va a resultar que la gente tiene miedo en EE UU y no en Colombia?

Como ya expliqué en un post reciente, el hecho de que se prolongue una situación monstruosa (como el poder de los secuestradores o narcotraficantes o el imperio de la mentira descarada) termina acostumbrando a la gente a pensar que eso es normal. Cuando las necesidades del amor propio de los que carecen de tal virtud son extremas, resulta un camino perfecto andarse proclamando habitantes del paraíso.

Y eso es empezar a ser monstruos. Yo no conozco otro camino: los actos más admirables y los más abominables los ejecutan personas bastante parecidas a nosotros, es el acostumbrarse a la infamia, el adoptar el oficio de sicario, por ejemplo, el tener amigos que justifican los secuestros, o que se roban dinero de las arcas públicas, eso es lo que degrada.

Y para mí nada degrada más que ese conformismo predominante sobre lo que ocurre en Colombia, esa cómoda suposición de que el resto del mundo es así, de que uno abre un periódico en otra parte y las mentiras saltan en los editoriales. Quien empieza razonando así termina encargando asesinatos, pues ¿no es algo normal?

Las tragaderas de los colombianos son anchas, y eso, sumado a los complejos ridículos (que para mí son la principal causa de la alta criminalidad), hace que les resulte creíble que alguien va disparando por las calles a los turistas y nadie lo podrá sancionar. ¿Qué clase de "gente" está dispuesta a creer algo así?

Sobre la cuestión del porte de armas habría mucho que decir, empezando porque esa obsesión estadounidense por tener armas es el rasgo más marcado de una mentalidad libertaria: no andar entregados a un Estado, a un protector que termina convirtiéndose en amo. Al que le interese el tema lo invito a leer el libro
Los derechos humanos, de Miguel Artola (Alianza Editorial), donde se explica cómo el primero de los derechos que se reivindicó fue el derecho de los disidentes religiosos a tener armas.

Una vez fui a Suiza y unos suizos me dejaron su apartamento. Al día siguiente me enteré de que debajo de la cama tenían una ametralladora, parte de su pertenencia al ejército. ¿Para qué explicar que unos años antes en Colombia por tener una navaja uno podía ser condenado hasta a seis meses de prisión por un capitán de policía? Es obvio que en Colombia no había homicidios, mientras que en Suiza la frecuencia con que uno puede morir abaleado era y es algo espantoso.

Respecto a las armas vale la pena citar al siempre luminoso Thomas Sowell
: Las leyes de control de armas son como el OSHA* para los criminales. Cuando los criminales tienen armas y sus victimas no, cometer crimenes se convierte en un trabajo más seguro. En algunos países en que hay leyes de control de armas más estrictos, los asaltantes irrumpen en las casas mientras los dueños están dentro más a menudo que en Estados Unidos. (*OSHA: Administracion de Seguridad y Salud Ocupacionales de Estados Unidos.)

Pero ésa es una discusión muy larga y compleja, para la que uno tal vez no tenga suficientes elementos: el tema de este post y de este bloc son los prodigios del pensamiento colombiano. Y ese editorial merece un puesto destacado.

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